Les comparto que desde hace mucho tiempo no había experimentado tanto temor
como el que ahora me embarga ante la inminente llegada de la NUEVA NORMALIDAD
como se le ha denominado al permiso que tendrán los ciudadanos de mi país,
México, para salir de su confinamiento por la pandemia de COVID-19 en una etapa
de contagio demasiado alta.
Durante estos casi tres meses de confinamiento, en los cuales por mi profesión
he tenido la necesidad de salir a trabajar como personal del área de salud, he experimentado
sentimientos encontrados de enojo y conmiseración al ver en la calle a personas
en solitario o en grupos, que sin el menor cuidado preventivo no llevan
cubrebocas o están realizando actividades recreativas. Es cierto que hay personas
que por necesidad tienen que salir a realizar actividades económicas que les
permita el sustento de sus familias, pero algunos de ellos sólo usan el
cubrebocas como un requisito y no para protegerse o proteger a los demás. Lo
tienen en el cuello, con la nariz descubierta, en la cabeza como diadema o peor
aún en la bolsa del pantalón y al momento de estar cerca de otra persona o
entrar a un establecimiento, se lo colocan sin el menor cuidado, contaminándose
y esparciendo así a través de sus manos el virus por donde tocan.
Hay también personas “valientes” que piensan que no pasa nada, que esto es
una mentira de la globalización o del gobierno, que es una conspiración, que no
se tiene suficiente fe o confianza en Dios y bajo estos argumentos deambulan por
todos lados como si nada sucediera a su alrededor, comportándose a mi juicio,
de forma criminal, pues quien causa la muerte a otras personas se les llama
asesinos.
Y es que a pesar de lo que hemos vivido hasta ahora, hay gente que no
entiende la gravedad de la situación, y creen en la existencia del COVID-19
hasta que alguien cercano a ellos enferma o incluso muere, haciendo caso omiso
a la gran cantidad de información que se recibe todos los días en los
diferentes medios, en los cuales se mencionan cifras elevadas de infectados y
muertos. Pero desafortunadamente, en ese proceso de creer o reconocer realmente
la presencia de la enfermedad, los incrédulos se han convertido en fomites
(objeto que contamina o esparce un patógeno) andantes, que han llevado la
enfermedad por todos lados, afectando a los más vulnerables de nuestra
sociedad.
Aun sigo viendo en la calle gente abarrotando el transporte público, gente
que sale a los parques y avenidas a hacer ejercicios formando grandes grupos, existen
grandes filas para comprar bebidas alcohólicas, o comida rápida en días
festivos como lo fueron el 30 de abril, día del niño o el 10 de mayo, día de la
madre. Lo que no saben esas personas y no dicen las autoridades, que unas 2
semanas después de esos eventos, los médicos observamos un incremento en el
número de personas infectadas y en el número de muertos.
Ahora, con el arranque de la NUEVA NORMALIDAD, se dará luz verde a todas
esas personas que antes no se cuidaban para que salgan a la calle haciendo como
que se cuidan y de esta manera propagar la enfermedad con el riesgo de un
repunte o rebrote de la infección.
Es cierto y entendible que se tiene que reactivar la economía de nuestro
país, pues la gente no puede sobrevivir con una despensa cada 15 días (cuando
bien les va) o con los recursos ahorrados que poco a poco ven mermándose. Y no
sólo se tiene que reactivar en lo económico, sino también porque al perderse
los trabajos, las personas se están quedando sin seguridad social médica, de
tal manera que los pacientes con enfermedades crónico degenerativas corren el
riesgo inminente de complicarse y morir al no tener su tratamiento diario, pues
sin trabajo y sin dinero, es muy difícil mantener el medicamento de un paciente
de este tipo comprando las medicinas.
Sin embargo, aunque es necesario, el retornar a la calle de forma
precipitada es una apuesta peligrosa en la puede salir perdedor el pueblo.
Y pongo como ejemplo a la gran cantidad de compañeros del área de la salud
que se han enfermado e incluso fallecido a pesar de conocer todos los
protocolos de cuidado necesarios para no contagiarse (independientemente de que
hayan recibido en tiempo y forma el equipo de protección necesarios). Entonces,
¿qué pasará con las personas que no saben o tienen la más mínima idea de cómo
usar un cubrebocas o de realizar medidas profilácticas para el contagio?
¿Por qué nuestro país tiene una alta tasa de mortalidad (por qué se muere
más gente enferma) en comparación con otras partes del mundo? ¿Será porque los
médicos no tenemos las herramientas adecuadas para combatir esta enfermedad?,
¿el gobierno no está haciendo lo suficiente?, ¿la gente de nuestro país es más
débil? Todos estos cuestionamientos tienen algo que ver con la alta mortalidad,
pero de acuerdo a mi visión profesional y de lo que vivo en la consulta con mis
pacientes, la gente tiene miedo de acudir a un hospital cuando está enferma del
COVID-19, pues asocian ingreso hospitalario a muerte segura, lo cual no es
real, ya que desafortunadamente cuando acuden al hospital han
dejado pasar varios días en los que la enfermedad ha evolucionado y presenta complicaciones
avanzadas y difíciles de tratar. Lo cierto es que NUESTRA GENTE TIENE MIEDO DE
MORIR AL HOSPITALIZARSE y este sentimiento hace que retarden acudir al
hospital.
Ante esta nueva normalidad en el diario vivir, no podemos desobedecer las
indicaciones de nuestras autoridades y a los que les toque salir a trabajar lo
tendrán que hacer con todas las medidas preventivas posibles, siendo
extremadamente cuidadosos en estas rutinas, con apego estricto a los protocolos
que las empresas implementen, cambiándose de ropa, zapatos y bañándose
inmediatamente lleguen a casa, evitando comer en la calle y sobre todo,
creyendo que esta enfermedad si existe y que puede ser mortal para todos, pero
más aún para los más vulnerables de nuestro hogar.
De valientes e ignorantes está lleno el cementerio y alrededor de su tumba,
la gente que tuvo la desgracia de estar junto con ellos, víctimas de esta
pandemia. Así que pensar que de algo nos vamos a morir o que es parte de una
selección natural, deja de tener valor cuando la muerte es de alguien que amas.
Me disculpo por el tono de este mensaje, diferente al que acostumbro
compartirles mes con mes desde hace más de 10 años, pero es desesperante para
mí como médico, ver como cada semana mueren 1 o 2 personas cercanas, pacientes,
amigos, colegas, compañeros de trabajo o simplemente conocidos. Me preocupa ver que la gente no crea, no se
cuide y ponga en peligro a los demás. Me angustia la angustia de las familias
que tienen a uno de sus miembros infectados por COVID-19. Me duele el dolor que
experimentan cuando existen fallecimientos.
Quizá resulte trillado escuchar que juntos podemos salir adelante de esta
situación. Sin embargo, es mi deber como profesional de la salud insistir en que,
con responsabilidad y compromiso en el bien común, unidos como sociedad podemos
vencer esta pandemia, pues para cuidar mi salud debo pensar también en la salud
de los demás.
Si no tienes que salir de casa, no lo hagas. Si necesitas salir, hazlo
cuidándote y cuidando a los demás. No ocupes innecesariamente los servicios de
salud. Si estás enfermo, acude al médico acorde a las indicaciones sanitarias
actuales. Si estás sintiéndote muy mal o te das cuenta de que estás
agravándote, acude al hospital, no dejes que el miedo a morir acabe con tu vida
y que además contagies a otros miembros de tu familia.
El COVID-19 no es un invento y mucho menos algo con lo que se pueda jugar como
en una ruleta rusa.
Dr. Carlos P. Baquedano
Villegas
Especialista en Medicina
Familiar
Cancún, Q. Roo, México. Junio del 2020
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