jueves, 1 de abril de 2021

Un año de Covid-19

 Hemos cumplido un año desde que inició esta pesadilla pandémica en nuestro México lindo y querido.

Ha sido un período de más de 365 días que parecieran años por todo lo que ha conllevado la contingencia sanitaria.

En lo personal, considero que ha sido un tiempo de grandes pérdidas, impotencia, miedo, tristeza, dolor, ansiedad, preocupación, reto profesional.

Grandes amigos y familia de todas las edades se han adelantado en el camino sin retorno que significa la muerte, y con ello, el duelo que representa su partida. El escuchar todos los días que alguien cercano a mi ha fallecido no me permite reponerme de la pena experimentada el día anterior.

Familias que no sólo han sufrido por la muerte de sus seres queridos, sino que han perdido su trabajo, sus bienes materiales e incluso, la interrupción de su cohesión familiar.

A lo largo de este tiempo, hemos conocido casos de amigos que después de un largo o corto proceso de sufrimiento hospitalario, fallecen dejando en desamparo a su familia, como es el caso de aquellos integrantes de un núcleo familiar que son los proveedores de su economía, pero también de familias que se han separado porque las crisis familiares paranormativas han hecho mella en su relación intrafamiliar.

Así mismo, los casos de ansiedad y depresión se han incrementado, y de la mano de esto existe un aumento en el número de suicidios.

Pero también hemos observado daños colaterales, como por ejemplo el que han sufrido los enfermos de enfermedades crónicas avanzadas, todo tipo de cánceres, personas con capacidades diferentes que necesitan terapias, entre otros casos, al verse interrumpidas sus atenciones, ya sea porque las instituciones de salud públicas o privadas cerraron sus puertas ante la pandemia, o porque los pacientes se quedaron sin recursos para seguir cubriendo los costos del servicio. Situación más triste fue el hecho de que muchos trabajadores perdieran sus trabajos y con ello la asistencia médica a la que tienen derecho, sin que existiera un programa de atención emergente y solidario.

Escuchaba en las noticias del día de hoy que, hasta el momento, en nuestro país existen más de 200,000 muertos reportados oficialmente, aunque los expertos estiman que los decesos pueden ser más de 300,000. Sin embargo, no se contabilizan como efecto de la pandemia a los que han fallecido por culpa del Covid-19 sin haber padecido esta enfermedad.

¿A qué me refiero con esto?

Me refiero a aquellas personas que han muerto por nada, sí, por nada de atención, por la interrupción de sus servicios paliativos, curativos o resolutivos, personas que se complicaron por no haber sido operadas o haberse realizado un servicio médico de forma oportuna, gente que ahora sufre una discapacidad porque no fue atendida en tiempo y forma.

Cierto es, que la pandemia nos limitó en el número de personal de salud necesario para la atención de los enfermos de Covid-19, pero también existió personal que, en medio de su miedo, se amparó judicialmente para no trabajar buscando el más mínimo recurso necesario para no hacerlo cuando sí tenían la capacidad de realizar sus labores, así como también errores administrativos por parte de las autoridades  para el ejercicio de las finanzas y logística en materia de salud institucional.

Aun año de distancia, hemo aprendido a convivir con esta enfermedad, que para nada ha sido domada, y el personal de salud ofrece una batalla diaria aun en condiciones adversas. Poco a poco se han retomado las atenciones médicas diferentes a Covid-19, pero aún tenemos un rezago importante.

Y lo más grave de esto es darme cuenta que nuestra sociedad no ha aprendido la lección y continuamos siendo imprudentes en el cuidado de nuestra salud, y si no me creen, basta con mirar la televisión no oficial y las redes sociales, en donde podemos observar grandes cantidades de personas sin respetar la sana distancia apoyando a candidatos políticos que inician su proceso electoral, largas filas de adultos mayores y de sus acompañantes para poder recibir la vacuna en contra del Covid-19, playas abarrotadas de gentes, lugares turísticos cerrados pero con una gran afluencia de personas, centro comerciales con gran cantidad de personas en su interior, todos ellos sin respetar las medidas sanitarias indispensables para prevenir los contagios.

Basta con llegar a un establecimiento público o privado y peor aún, a una institución de salud en donde nos recibe un tapete sanitizante más seco que cactus en el desierto, pero eso sí, bien colocado en la entrada con tal de cumplir el protocolo de las autoridades sanitarias.

Hacemos sin hacer, cumplimos sin cumplir, nos engañamos a nosotros mismos, pues con tal de no recibir una multa se mantienen estos tapetes, pero olvidando la verdadera función de los mismos.

Seguimos sin aprender y poco a poco nos vamos acostumbrando al dolor, como cuando en la institución de salud en donde presto mis servicios profesionales, la genta no respeta la sana distancia a pesar de todos los señalamientos escritos y verbales que el personal de salud indica. Cubrebocas mal puestos, falta de higiene de manos, niños corriendo y agarrando todo en las salas de espera, adultos mayores de 70, 80 e incluso 90 años que realizan largos tiempos de espera con tal de recibir atención únicamente para recibir sus medicamentos sin que en ese momento tengan una agudización de sus síntomas o enfermedades, una simple consulta de rutina que puede resultar mortal de forma posterior al contagiarse de Covid-19.

Nos estamos confiando. Estamos cayendo en el error de que porque se ha recibido la vacuna o se está realizando un proceso se vacunación la enfermedad va a desparecer pronto y bajamos la guardia en medidas preventivas.

Lamento decirles que las vacunas NO VAN A ERRADICAR esta enfermedad. El Covid-19 llegó para quedarse por muchos años más, pero las medidas preventivas no han dejado de ser una de las herramientas más importantes en la disminución del número de contagios.

Amigos, pacientes, les comparto mi sentir y el que me externa mis compañeros del área de salud: Ya estamos cansados e incluso, hartos de trabajar contra esta enfermedad, pero no me mal entiendan, estamos cansado no de cumplir nuestra obligación profesional, estamos cansados de seguir viendo muertes, familias interrumpidas, pérdidas materiales, sociales y de nuestra cotidianidad, cansancio que se convierte en enojo cuando vemos que la gente que se encuentra a nuestro alrededor no cumple con las medidas, olvidando que la salud es un compromiso de todos.

No bajes la guardia, puesto que aun puedes formar parte de la estadística de personas que han perdido la batalla ante esta enfermedad.

 

Dr. Carlos P. Baquedano Villegas

Especialista en Medicina Familiar

 

Cancún, Quintana Roo, México a 01 de Abril del 2021

 

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