Una
de las etapas de vida a la que no todos los seres humanos llegan es la vejez.
También conocida como ancianidad, senectud o etapa del Adulto Mayor o tercera
edad.
Es
común que las personas empleen como sinónimo el concepto de anciano y senil, aunque no son iguales, ya
que el anciano o adulto mayor es todo ser humano a partir de los 60 o 65 años según
el país en donde viva, mientras que la senilidad es un estado patológico en el
cual el ser humano ha perdido en mayor grado las facultades físicas, sociales,
intelectuales o psicológicas que debe tener de acuerdo a su edad.
En
algunas culturas, los ancianos son un elemento muy importante en sus estratos
sociales, respetados y cuidados al grado tal que son los encargados de tomar
las mejores decisiones o emitir consejos para el adecuado funcionamiento de las
comunidades.
En
los países industrializados, el anciano pasa a ser una carga para el resto de
la de la familia y la sociedad, pues al haber perdido capacidades físicas dejan
de ser altamente productivos, por lo que se van rezagando en la cadena de
producción de bienes e insumos.
De igual manera, esta disminución en las
actividades físicas genera necesidad de atención y apoyo por parte de los más
jóvenes de la familia, quienes al encontrarse en una edad altamente productiva,
no tienen tiempo o posibilidad de otorgar estos cuidados que los adultos
mayores necesitan. Es así cuando la vejez se convierte en una carga para los demás
miembros de la familia.
De
acuerdo a cifras otorgadas por el INEGI (Instituto Nacional de Estadística y
Geografía), en México, la esperanza de vida ha aumentado considerablemente; en
1930 las personas vivían en promedio 34 años; 40 años después en 1970 este
indicador se ubicó en 61; en el 2000 fue de 74 y en 2016 es de 75.2 años. Al
2010 este indicador fue de 77 años para mujeres y 71 para los hombres, en 2016,
se ubicó en casi 78 años para las mujeres y en casi 73 años para los hombres.
Este
envejecimiento de la población significa también mayores cargas para las
instituciones de salud públicas así como para las familias que tienen
integrantes longevos.
Los
adultos mayores, son ancianos pero no tontos, y se dan cuenta de la violencia a
las que se les somete cuando se les trata como una carga pesada o como algo
estorboso. Este fenómeno recibe el nombre de VIOLENCIA SENIL y es un gran
problema contemporáneo y adquiere importancia porque en algún momento de su
vida, las personas geriátricas son víctimas de este tipo de violencia, misma
que se manifiesta de forma física, emocional, económica, verbal e incluso
sexual.
En
consecuencia, el anciano al darse cuenta de su condición, cae en un estado
depresivo como consecuencia de no poder defenderse y a la vez tener que ser
dependiente del resto de la familia. También, este es un fenómeno que adquiere
dimensiones interminables, pues es una silente enseñanza a los niños con
respecto al trato que reciben los ancianos por parte de sus familiares, creando
así un patrón de conducta repetitivo.
Sin
embargo, esta situación no se puede generalizar. Existen familias en las cuales
los adultos mayores son una gran fortaleza y apoyo. Abuelos que cohabitan con
sus hijos y comparten obligaciones en las labores del hogar, el cuidado de los
nietos e incluso son un gran soporte para la economía familiar cuando han
logrado un buen estatus económico o una pensión que alcance para vivir digna y
decorosamente. Todo va a depender de la capacidad física o psicológica de los
adultos mayores. A su vez, se da el caso de familias con alto sentido humanista
que atienden a sus ancianos con amor, paciencia, cariño y respeto a la dignidad de los mayores.
Habitualmente
en estas familias existe un patrón de conducta generacional que propicia se
repita de forma cíclica el cuidado de los ancianos. Son gente buena, con altos
valores y principios, que fueron criados por buenos padres, quienes a su vez
enseñaron tácitamente el cuidado a los
adultos mayores.
Con
respecto a este tipo de familias, sucede un fenómeno recurrente: Se deja toda
la carga del familiar senil (el que ya tiene problemas de salud) en un solo
miembro de la familia. Esto a la larga puede causar estrés en el cuidador y
condicionar VIOLENCIA SENIL en el anciano.
Desde
que nacemos, por un proceso natural, empezamos a envejecer. Sin embargo, el ser
humano en muy pocas ocasiones piensa en su ancianidad. Bajo la premisa de que
nadie tiene la vida asegurada, muchos se dedican al hoy sin tomar acciones
previsoras para el día de mañana.
No
se piensa que en algún momento seremos adultos mayores, que nuestra vitalidad
disminuirá y que no podremos obtener recursos económicos con facilidad. Que el
cuerpo envejecerá y que dependiendo de nuestros antecedentes patológicos
heredofamiliares y del cuidado que le otorguemos a nuestro organismo desde las
etapas tempranas de nuestra vida (niñez, adolescencia y adultez) tendremos en
consecuencia un estado de salud que nos disminuya aún más esa capacidad
económica, nos generará gastos por la compra de insumos (medicamentos, ropa y
calzado especiales, pañales, aparatos ortopédicos, etc.)
Son
los excesos y las condiciones de vida los que dañan de una forma más rápida el
estado de salud del ser humano. Los más comunes son los malos hábitos
alimenticios que generan obesidad o desnutrición, el consumo de drogas
permitidas (tabaco, alcohol) o no permitidas, el sedentarismo, el ejercicio mal
realizado, el tipo de actividad laboral realizada, enfermedades crónicas desde
tempranas etapas de vida. Todo lo sembramos en nuestro cuerpo lo cosechamos
tarde que temprano. Si tenemos una vida metódica, tendremos una vejez saludable
como consecuencia.
Los ancianos son parte de nuestra vida, de
nuestro desarrollo, de nuestra historia. Como parte del rol familiar es
importante cuidarlos, protegerlos, amarlos. Es una enseñanza a nuestros hijos
que el día de mañana tendrán está encomienda, misma que realizaran como les
enseñemos hacer.
Si
tus familiares ancianos viven solos, no les llames preguntando ¿necesitan algo?
Recuerda que aunque mayores, tienen dignidad y probablemente te dirán que no
necesitan nada. Visítalos con frecuencia, háblales por teléfono todos los días,
escucha pacientemente sus repetitivas historias. No les condiciones el apoyo
como cuando les das dinero diciendo: pero no se lo vayas a dar a mi hermano o
hermana. Si ya se lo obsequiaste, qué importa a quien ellos se lo den.
Hace
unos días, una paciente adulto mayor que vive sola me confío en el desarrollo
de su consulta que lo que más le alegraba era escuchar la voz de sus hijos al
llamarle. Sin embargo, a veces pasaban días sin que el teléfono suene, lo que
le hacía pensar si los creció de forma correcta o qué hizo mal para que sus
hijos se olviden de ella.
Termino
el presente escrito citando unas palabras de mi difunto padre quien me decía: cuando
quieras demostrar amor a alguien, en vida hermano, en vida. De nada sirve
llorar sobre un ataúd diciendo te amo, perdóname. Es en vida hermano, en vida.
Dr.
Carlos P. Baquedano Villegas
Especialista
en Medicina Familiar
Cancún,
Q. Roo México. Octubre del 2018
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