Juan, de 37 años, acude a mi consultorio por presentar
lesiones que afectan la piel y las uñas de los pies desde hace tiempo. Al
preguntarle por sus antecedentes, refiere que su madre es diabética y que él
trabaja como chofer por largos períodos, lo que lo lleva a consumir alimentos
chatarra y refrescos de cola en abundancia para mantenerse despierto. Debido a
esto, presenta micción frecuente y cansancio constante.
Al revisarlo, encuentro que tiene un proceso de
micosis y onicomicosis avanzado. Le realizo una prueba capilar para la medición
de glucosa y el resultado es de 437 mg/dL.
Le explico al paciente que, por sus antecedentes
personales y familiares, los síntomas y la glucosa detectada en sangre permiten
concluir que presenta Diabetes Mellitus Tipo 2, lo cual ha favorecido que los
hongos presentes en los pies no mejoren, sino que, todo lo contrario, se
perpetúen y progresen.
El paciente me dice que no puede ser, porque no se
siente tan mal y me pide que le haga más estudios porque a su juicio él no
tiene síntomas de Diabetes.
Hasta aquí el diálogo con el paciente en esa consulta.
Ahora analicemos la situación, que es el objetivo de este artículo.
Médicamente, los antecedentes clínicos de una persona
y su familia, junto con las pruebas de laboratorio y el examen médico en la
consulta, dan la pauta confiable para emitir un diagnóstico. En el caso del
paciente Juan, los tres criterios reportaron datos contundentes de Diabetes
Mellitus Tipo 2.
Sin embargo, la actitud del paciente ante una realidad
definitiva en cuanto a su salud, no es la más adecuada o idónea para afrontar
un problema de salud. Pero sí es una actitud bastante común cuando se recibe un
diagnóstico desfavorable.
La negación de la enfermedad es un proceso psicológico
y desafiante para los profesionales de la salud.
La experiencia de recibir un diagnóstico médico,
especialmente cuando se trata de una condición crónica, incapacitante o
potencialmente mortal, constituye un punto de inflexión en la vida de cualquier
persona. No sólo se altera la percepción de la salud, sino también la
identidad, los planes futuros y la relación con el propio cuerpo. En este
contexto, la negación surge como una de las respuestas más frecuentes y
profundas.
Comprender este fenómeno es fundamental tanto para los
profesionales de la salud como para las familias y los propios pacientes, ya
que influye directamente en la adherencia al tratamiento, la calidad de vida y
el pronóstico.
La negación se entiende como un mecanismo de defensa
psicológico que actúa para proteger a la persona del impacto inicial de una
realidad dolorosa. No se trata simplemente de ignorar la enfermedad, sino de un
proceso que implica minimizar, reinterpretar o incluso rechazar la información
médica.
En muchos casos, la negación aparece de manera
automática e involuntaria: la mente busca amortiguar el golpe emocional para
evitar un colapso inmediato. Lejos de ser un síntoma de irracionalidad, es una
respuesta humana que revela la dificultad de integrar una noticia que desafía
la estabilidad emocional.
Este fenómeno se conecta estrechamente con las etapas del duelo descritas por Elisabeth Kübler-Ross. Ante un diagnóstico significativo, la persona entra en un proceso de duelo no por la muerte física, sino por la pérdida de su estado previo de salud, de la sensación de control sobre su cuerpo y, en ocasiones, de su identidad social. La negación constituye la primera etapa, donde se instala la idea: “Esto no puede estar pasándome a mí”.
Posteriormente puede surgir la ira, la negociación, la depresión y finalmente
la aceptación. No obstante, la negación no siempre es lineal; puede reaparecer
en momentos de crisis, recaídas o decisiones difíciles, funcionando como un
mecanismo de contención emocional intermitente.
Aunque la negación puede ser adaptativa en fases
breves (al brindar tiempo para reorganizarse emocionalmente), sus efectos se
vuelven perjudiciales cuando se prolonga o se profundiza.
Una negación persistente puede llevar a rechazar
tratamientos, interrumpir medicaciones, no asistir a consultas o minimizar
señales de alarma. Esto tiene implicaciones clínicas graves: se deteriora la
evolución de la enfermedad, se retrasan intervenciones oportunas y se generan
complicaciones que hubieran podido prevenirse. Además, la negación tiene
efectos relacionales, pues puede provocar tensiones en la familia, que se
debate entre respetar la autonomía del paciente y la preocupación por su
bienestar.
Las enfermedades que con mayor frecuencia se niegan
comparten características emocionales y sociales. Por una parte, se niegan con
frecuencia las enfermedades crónicas, como diabetes, hipertensión o
insuficiencia renal, porque requieren cambios significativos de estilo de vida
que muchos pacientes no se sienten preparados para enfrentar. Por otra, las
enfermedades psiquiátricas (como la depresión, la esquizofrenia o los
trastornos por consumo de sustancias) suelen ser negadas debido al estigma
social y a la falta de percepción que caracteriza algunas condiciones.
Asimismo, diagnósticos graves como el cáncer, el VIH o las enfermedades
neurodegenerativas generan miedo y rechazo automático, expresado en frases
como: “Los estudios están mal hechos” o “Debe haber un error”.
Es importante destacar que la negación también tiene
un trasfondo cultural. En sociedades donde la enfermedad se ve como un signo de
debilidad, donde el acceso a información es limitado o donde predominan
creencias fatalistas, la negación puede intensificarse o prolongarse. De igual
modo, los sistemas de salud que no proporcionan comunicación clara y empática
contribuyen a que los pacientes se aferren a interpretaciones erróneas o
esperanzas poco realistas.
Frente a este fenómeno, el desafío para los
profesionales de la salud recae no en confrontar al paciente con dureza, sino
en acompañar su proceso emocional. La comunicación debe ser empática, clara,
gradual y abierta a preguntas. Promover un espacio donde la persona pueda
expresar miedo, rabia o confusión facilita el tránsito hacia la aceptación. La
presencia y apoyo de la familia también juega un papel crucial, pues puede
contribuir a fortalecer la adherencia y la toma de decisiones informadas.
En conclusión, la negación de la enfermedad no es un
acto de obstinación, sino un proceso psicológico complejo que refleja el
impacto profundo que un diagnóstico médico puede tener en la vida de una
persona. Su relación con las etapas del duelo muestra que la aceptación no se
da de inmediato, sino que requiere tiempo, acompañamiento y comprensión.
Reconocer las implicaciones de la negación y las enfermedades que suelen
gatillarla permite diseñar estrategias más humanas y efectivas de atención,
donde el paciente no solo reciba tratamiento médico, sino también apoyo
emocional para asumir su nueva realidad con dignidad y esperanza.
Dr. Carlos Primitivo Baquedano Villegas
Especialista en Medicina Familiar
Cancún, Quintana Roo, México. 01 de diciembre del 2025


No hay comentarios:
Publicar un comentario