lunes, 1 de diciembre de 2025

NEGACION A LA ENFERMEDAD

 

Juan, de 37 años, acude a mi consultorio por presentar lesiones que afectan la piel y las uñas de los pies desde hace tiempo. Al preguntarle por sus antecedentes, refiere que su madre es diabética y que él trabaja como chofer por largos períodos, lo que lo lleva a consumir alimentos chatarra y refrescos de cola en abundancia para mantenerse despierto. Debido a esto, presenta micción frecuente y cansancio constante.

Al revisarlo, encuentro que tiene un proceso de micosis y onicomicosis avanzado. Le realizo una prueba capilar para la medición de glucosa y el resultado es de 437 mg/dL.

Le explico al paciente que, por sus antecedentes personales y familiares, los síntomas y la glucosa detectada en sangre permiten concluir que presenta Diabetes Mellitus Tipo 2, lo cual ha favorecido que los hongos presentes en los pies no mejoren, sino que, todo lo contrario, se perpetúen y progresen.

El paciente me dice que no puede ser, porque no se siente tan mal y me pide que le haga más estudios porque a su juicio él no tiene síntomas de Diabetes.

Hasta aquí el diálogo con el paciente en esa consulta. Ahora analicemos la situación, que es el objetivo de este artículo.

Médicamente, los antecedentes clínicos de una persona y su familia, junto con las pruebas de laboratorio y el examen médico en la consulta, dan la pauta confiable para emitir un diagnóstico. En el caso del paciente Juan, los tres criterios reportaron datos contundentes de Diabetes Mellitus Tipo 2.

Sin embargo, la actitud del paciente ante una realidad definitiva en cuanto a su salud, no es la más adecuada o idónea para afrontar un problema de salud. Pero sí es una actitud bastante común cuando se recibe un diagnóstico desfavorable.  

La negación de la enfermedad es un proceso psicológico y desafiante para los profesionales de la salud.

La experiencia de recibir un diagnóstico médico, especialmente cuando se trata de una condición crónica, incapacitante o potencialmente mortal, constituye un punto de inflexión en la vida de cualquier persona. No sólo se altera la percepción de la salud, sino también la identidad, los planes futuros y la relación con el propio cuerpo. En este contexto, la negación surge como una de las respuestas más frecuentes y profundas.

Comprender este fenómeno es fundamental tanto para los profesionales de la salud como para las familias y los propios pacientes, ya que influye directamente en la adherencia al tratamiento, la calidad de vida y el pronóstico.

La negación se entiende como un mecanismo de defensa psicológico que actúa para proteger a la persona del impacto inicial de una realidad dolorosa. No se trata simplemente de ignorar la enfermedad, sino de un proceso que implica minimizar, reinterpretar o incluso rechazar la información médica.

En muchos casos, la negación aparece de manera automática e involuntaria: la mente busca amortiguar el golpe emocional para evitar un colapso inmediato. Lejos de ser un síntoma de irracionalidad, es una respuesta humana que revela la dificultad de integrar una noticia que desafía la estabilidad emocional.

Este fenómeno se conecta estrechamente con las etapas del duelo descritas por Elisabeth Kübler-Ross. Ante un diagnóstico significativo, la persona entra en un proceso de duelo no por la muerte física, sino por la pérdida de su estado previo de salud, de la sensación de control sobre su cuerpo y, en ocasiones, de su identidad social. La negación constituye la primera etapa, donde se instala la idea: “Esto no puede estar pasándome a mí”. 

Posteriormente puede surgir la ira, la negociación, la depresión y finalmente la aceptación. No obstante, la negación no siempre es lineal; puede reaparecer en momentos de crisis, recaídas o decisiones difíciles, funcionando como un mecanismo de contención emocional intermitente.

Aunque la negación puede ser adaptativa en fases breves (al brindar tiempo para reorganizarse emocionalmente), sus efectos se vuelven perjudiciales cuando se prolonga o se profundiza.

Una negación persistente puede llevar a rechazar tratamientos, interrumpir medicaciones, no asistir a consultas o minimizar señales de alarma. Esto tiene implicaciones clínicas graves: se deteriora la evolución de la enfermedad, se retrasan intervenciones oportunas y se generan complicaciones que hubieran podido prevenirse. Además, la negación tiene efectos relacionales, pues puede provocar tensiones en la familia, que se debate entre respetar la autonomía del paciente y la preocupación por su bienestar.

Las enfermedades que con mayor frecuencia se niegan comparten características emocionales y sociales. Por una parte, se niegan con frecuencia las enfermedades crónicas, como diabetes, hipertensión o insuficiencia renal, porque requieren cambios significativos de estilo de vida que muchos pacientes no se sienten preparados para enfrentar. Por otra, las enfermedades psiquiátricas (como la depresión, la esquizofrenia o los trastornos por consumo de sustancias) suelen ser negadas debido al estigma social y a la falta de percepción que caracteriza algunas condiciones. Asimismo, diagnósticos graves como el cáncer, el VIH o las enfermedades neurodegenerativas generan miedo y rechazo automático, expresado en frases como: “Los estudios están mal hechos” o “Debe haber un error”.

Es importante destacar que la negación también tiene un trasfondo cultural. En sociedades donde la enfermedad se ve como un signo de debilidad, donde el acceso a información es limitado o donde predominan creencias fatalistas, la negación puede intensificarse o prolongarse. De igual modo, los sistemas de salud que no proporcionan comunicación clara y empática contribuyen a que los pacientes se aferren a interpretaciones erróneas o esperanzas poco realistas.

Frente a este fenómeno, el desafío para los profesionales de la salud recae no en confrontar al paciente con dureza, sino en acompañar su proceso emocional. La comunicación debe ser empática, clara, gradual y abierta a preguntas. Promover un espacio donde la persona pueda expresar miedo, rabia o confusión facilita el tránsito hacia la aceptación. La presencia y apoyo de la familia también juega un papel crucial, pues puede contribuir a fortalecer la adherencia y la toma de decisiones informadas.

En conclusión, la negación de la enfermedad no es un acto de obstinación, sino un proceso psicológico complejo que refleja el impacto profundo que un diagnóstico médico puede tener en la vida de una persona. Su relación con las etapas del duelo muestra que la aceptación no se da de inmediato, sino que requiere tiempo, acompañamiento y comprensión. Reconocer las implicaciones de la negación y las enfermedades que suelen gatillarla permite diseñar estrategias más humanas y efectivas de atención, donde el paciente no solo reciba tratamiento médico, sino también apoyo emocional para asumir su nueva realidad con dignidad y esperanza.

 

Dr. Carlos Primitivo Baquedano Villegas

Especialista en Medicina Familiar

 

Cancún, Quintana Roo, México. 01 de diciembre del 2025

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