Cuando
las vacaciones se acercan, los niños se frotan las manos y los papás se comen
las uñas.
Tener
casi 45 días a un niño de vacaciones escolares en casa, es algo que en verdad
puede trastornar la dinámica de vida de una familia.
Recuerdo
que durante mi niñez podía pasar horas entretenido en juegos que hacía solo, ya
que crecí en un rancho y no había niños de mi edad, por lo que creaba amigos
imaginarios, inventaba historias y convertía los palos y piedras en los
juguetes más sofisticados. Cuando tenía la suerte de que otros niños jugaran
conmigo, la diversión era aún mayor. Sin embargo, al llegar las vacaciones mi
panorama cambiaba radicalmente, pues siempre había visitas en la casa y otros
niños con quienes jugar a la pelota, avión (o chácara como le dicen en
Yucatán), a saltar la cuerda, béisbol, pesca-pesca, estatuas de marfil, busca-busca,
timbomba (o quimbomba), andar en bici, entre muchos otros juegos en los que
había actividad física casi siempre.
En
la actualidad, los niños de la ciudad se han vuelto cautivos de sus casas, por
diversidad de motivos: papás que trabajan (ambos), falta de alguno de los padres,
ausencia de familiares cercanos, inseguridad, problemas en la economía. En
consecuencia, este cautiverio conlleva a permanecer por largos períodos frente
al televisor, o bien, al uso desmedido de la computadora, tabletas electrónicas,
teléfono celular o videojuegos. Este tipo de actividades sedentarias causan en
los niños severos daños en su salud, tales como sobrepeso,
obesidad, disminución de la agudeza visual, lesiones auditivas por utilizar
audífonos durante mucho tiempo. También, otro aspecto de esta situación es que
al quedarse en casa, muchas veces disponen de un espacio más reducido para sus
juegos o actividades, lo cual propicia que tengan más riesgos de sufrir
accidentes que pongan en peligro su integridad física, debido a que por
naturaleza los niños son incansables, inagotables e inquietos.
Al
iniciar las vacaciones, en el transcurso de la primera semana todo es algarabía
y felicidad, los niños se duermen tarde y se levantan temprano (no todos),
otros se despiertan hasta tarde. Sin
embargo, después de algunos días con esta dinámica, los niños empiezan a externar o dar muestras de sentirse
aburridos.
Cuando
escuchemos de los niños la frase: ¡estoy aburrido!, se deben encender focos de
alarma en nuestro interior, pues casi siempre detrás de esta frase, va el
pensamiento de una travesura en proceso.
Decía
mi abuelita que la ociosidad es la madre de todos los vicios, así como también
que la curiosidad mató al gato ¿Qué quiero decir con esto? Las estadísticas nos
revelan que los accidentes en el hogar se incrementan hasta en un 15% cuando
los niños están en vacaciones o días de asueto. Es por tal motivo que es necesarios
que los niños permanezcan ocupados y bajo vigilancia de un adulto durante sus
juegos, que aunque no garantiza que se eviten accidentes, si pueden disminuir éstos de forma significativa
en el hogar o durante los juegos.
¿Qué es lo que
tenemos que hacer?
Antes que nada identificar factores de riesgo para accidentes
como por ejemplo, instalaciones eléctricas en mal estado o conexiones
improvisadas, barandales o pasamanos de escaleras inestables o endebles, puntas
afiladas de muebles, paredes o desniveles, juguetes dispersos por el piso,
escaleras improvisadas o muebles que puedan servir para lo mismo, fugas de agua
y gas, recipientes con sustancias peligrosas al alcance de los niños, objetos
punzocortantes, armas de fuego, implementos de caza deportiva, fuego
(encendedores, cerillos, velas, veladoras), cristales rotos, ventiladores sin
protección, muebles en mal estado, objetos pequeños (los cuales se puedan
introducir en boca o nariz), medicamentos, bebidas alcohólicas, joyería, avíos
de costura y confección, bolsas de plástico (con las cuales se pueden asfixiar), electrodomésticos y
cualquier objeto o sustancia que represente un riesgo para producir accidentes.
El
aburrimiento puede convertirse en una gran idea en la cocina, lavar el coche,
bañar al perro, y en otras muchas cosas sencillas como caminar de las manos, y
platicar. El me aburro, es una forma de
llamar la atención, ya que en realidad los niños no tienen razones convincentes
para aburrirse de verdad.
Debemos
enseñar a los hijos que con el aburrimiento también se aprende,
y que hay un tiempo para todo incluso para no hacer nada. Además, que se puede
transformar el aburrimiento en una carrera, jugar al aire libre con la arena de la playa, del
parque, o también disfrazarse para despertar la imaginación y creatividad.
Claro que esto depende de la edad y debemos ajustarnos a eso. Si son pubertos o adolescentes una
noche de refrescos y botanas acompañadas
de chistes y contar historias de nuestra niñez o juventud pueden generar sonrisas,
admiración y aumentar lazos de amor.
Dr.
Carlos Primitivo Baquedano Villegas
Especialista
en Medicina Familiar
Cancún,
Quintana Roo, México. Julio del 2016
Visita mi página: www.cbaquedano.com.mx
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