martes, 1 de diciembre de 2015

AMOR QUE DAÑA

¡Por mis hijos daré la vida si es necesario! ¡Mientras viva, mis hijos no tendrán necesidad de nada! Me atrevo a decir, sin temor a equivocarme, que en alguna ocasión hemos escuchado estas frases en boca de papás que en su desmedido amor por sus hijos, pretenden solucionarles o evitarles problemas; más aún cuando  son menores de edad.  Un amor así puede en muchas ocasiones convertir a los hijos en adultos inútiles, irresponsables y en casos extremos, delincuentes.

En mi labor diaria, me he encontrado con adultos en fase de retiro angustiados por que el dinero de su pensión no alcanza, debido a que tienen un  hijo adulto que vive (de forma parasitaria) en su casa y lo mantienen. Están desesperados porque ya les han dicho que se vayan de la casa o mínimo que busquen un trabajo sin que les hagan el menor caso.

También he visto casos de cómo el patrimonio familiar conseguido a lo largo de  años de esfuerzo, se va diluyendo hasta volverse nada; a la vez que van aumentando las deudas de los adultos mayores,  poniéndose en una situación económica comprometida cuando se vive una etapa de productividad física y laboral limitada que no permite mayores ingresos.

Les aseguro que ustedes conocen historias de similares características en personas cercanas o incluso familiares.

¿Cómo se llega a esta situación?

Desde la infancia, a los hijos se les empieza a dar todo tipo de comodidades e incluso lujos, sin que lo pidan y peor aún sin que lo necesiten. Esto no es del todo malo y es respetable la decisión de cada padre respecto a lo que le da a sus hijos. Sin embargo, no debemos cegarnos por nuestro amor de padres que nos lleva a querer darle TODO a nuestros hijos y perder de vista una realidad: si a los niños  se les enseña a dar el justo valor a las cosas, a ganárselas,  cuidarlas,  merecerlas por su esfuerzo, los beneficios otorgados se convertirán en una fortaleza que favorecerá su desarrollo y autoestima. Pero, por el contrario, si se les otorga todo sin pedir nada a cambio, los convertimos en seres egoístas, los cuales no se preocupan de donde y como vienen los recursos. De igual forma les creamos necesidades innecesarias, cada vez más exigentes y difíciles de satisfacer, ya que como reciben sin dar el mínimo esfuerzo, sus expectativas no tienen límites y tampoco temen tomar riesgos, pues se acostumbran  a un nivel de vida irreal que no depende de su propia capacidad, sino de sus padres. Por consiguiente, cuando son adultos incapaces de continuar con ese estilo de vida pueden experimentar  frustración y fracaso.

Les pongo como ejemplo a esos pajarillos que nacen en cautiverio (hijos), viven en una jaula, reciben alimento y agua de forma rutinaria. Si un día los dueños (papás) deciden soltarlos por cualquier circunstancia, los pajarillos saldrán volando presurosamente, pero para encontrarse con que no saben buscar la comida, ni proveerse de abrigo y tampoco defenderse de los depredadores.

Una verdad innegable es que los padres no seremos eternos. Es absurdo pensar que viviremos para siempre. Por ello es preciso tener presente que si desde la niñez no otorgamos obligaciones a los hijos en el rol familiar, los arriesgamos a convertirse en pajarillos indefensos en el futuro.

Cuando  los padres de forma inconsciente adoptan las situaciones antes descritas, cometen un error que a la larga se puede revertir. Pero también puede suceder que si se sigue considerando  a los hijos adultos como seres indefensos, como niños grandotes que necesitan apoyo en todos los problemas que se les presenten, es un daño persistente por un amor mal entendido que cuesta mucho trabajo revertir.

En mis primeros años en la facultad de medicina, me enseñaron que inmediatamente después del parto, el cordón umbilical se corta separando al niño de la mamá. Entonces, ¿Por qué persistir con esa actitud sobreprotectora de los padres? Tal parece que existiera un cordón umbilical invisible y persistente que impide a los padres separarse de los hijos y viceversa, convirtiéndolos en parásitos de los padres y a falta de éstos de algún  hermano o familiar cercano.

Comentaba una mamá que conocí con respecto a su niño que no ayudaba en ninguna labor en el hogar y los días inhábiles se levantaba muy tarde: -Pobre, que no se levante y que no ayude, su única obligación es estudiar- Pasaron los años y el hijo mencionado no aprendió a valerse por sí mismo y peor aún, no terminó la carrera y se convirtió en una pesada carga para los papás. No basta sólo con estudiar. Cierto es que tienen la obligación los niños de hacerlo, pero asignarles otras responsabilidades es también en beneficio de ellos. Decía mi padre que la vida con estudios es dura, pero sin estudios es aún más difícil.

En la actualidad se ha acuñado el término de jóvenes nini: Ni estudian, ni trabajan. Personas que no han estudiado alguna carrera o que estudiaron sin una adecuada  orientación  vocacional y que en consecuencia  no ejercen porque no les gusta o no es factible de ejercer en el medio donde se desenvuelven.

No se trata de traer hijos al mundo y dejarlos en libre evolución o crianza. Se trata de educarlos, inculcarles principios, valores, pertenencia, fortalecer su autoestima, otorgarles apoyo a fin de que logren autonomía en sus decisiones, afronten la consecuencia de sus actos, corregirlos con amor  sin perder la dirección y autoridad, avalar con obras y actos lo enseñado con palabras.

En mi opinión personal, la problemática social que existe en la actualidad, la delincuencia, la drogadicción y el alcoholismo, los embarazos en adolescentes, la existencia de jóvenes Ninis, la violencia, son consecuencia de la pérdida de valores y principios, de la desintegración de los hogares, dañándose la célula principal de la sociedad que es la familia y en consecuencia a sus integrantes.

No permitamos que el amor de padres nos ciegue en la educación de nuestros hijos. Establezcamos roles en la familia, derechos y obligaciones, ayudemos, apoyemos, eduquemos con amor y paciencia pero sin ser permisivos. Esa es la tarea de los padres, formar hombres de bien, seres humanos ejemplares que honren nuestra vejez.

Cuando tengan oportunidad, observen un nido de pájaros, Al inicio la pájara empolla los huevos sin dejar por ningún momento el nido. El pájaro se encarga de proveer comida. Cuando los polluelos brotan, los pájaros alimentan de pico en pico a las crías. Cuando ya han salido las plumas, los pájaros papás con delicadeza los inducen con sus picos para hacerlos salir del nido y, parados junto a ellos, los empujan al vacío para que aprendan a volar, incluso algunas razas los acompañan en sus primeras horas de vuelo, pero después, los dejan solos.

El ciclo familiar es igual: Al inicio, la pareja en noviazgo se casa, tienen hijos, los educan y posteriormente los hijos abandonan el hogar, iniciando para los padres una etapa de retiro. Eso es lo habitual, igual al ciclo que viven los pájaros. Procuremos entonces favorecer el ciclo familiar, a fin de que nuestros hijos sean capaces de volar solos, buscar su alimento, defenderse de los depredadores y honrar a su padre y a su madre.

Podemos tener una sociedad mejor, sólo debemos retomar el rumbo en la formación de nuestros hijos. La educación se recibe en la casa, no en la escuela. Seamos en nuestro hogar, maestros de los niños en ejemplo y obra.

Dr. Carlos P. Baquedano Villegas
Especialista en Medicina Familiar

Cancún, Quintana Roo, México. Diciembre del 2015







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