Las diferentes crisis que ha generado el Covid-19 en los últimos meses, han venido a causar un deterioro importante en la salud mental de muchas personas.
La enfermedad, el desempleo, la inseguridad, las defunciones, la incertidumbre
laboral, el deterioro económico, entre otros, son detonantes de afecciones de
salud mental en sus diferentes grados.
La resiliencia se ha hecho presente en estos momentos como un gran aliado
para anteponerse a las dificultades que se presentan en la vida diaria. Sin
embargo, no todos tienen esta capacidad de sobreponerse a la adversidad.
En mi práctica profesional, con esta pandemia he visto un incremento de
enfermedades psicológicas que van desde distimia, pasando por ansiedad hasta
llegar a depresión mayor, que incluso pueden ocasionar suicidios, además de un
gran número de enfermedades psicosomáticas se han hecho presentes como lo son cefaleas,
dolores musculares, opresión en el pecho, taquicardias, inflamación de tracto
digestivo, insomnio, entre otros padecimientos cuya incidencia es más frecuente
en comparación a tiempos anteriores a esta pandemia.
Cuando el Covid-19 hace su aparición en una familia, es normal entrar en
crisis, tener ideas fatalistas y no
poder manejar la situación de una manera tranquila. Todo, viene a complicarse
si el enfermo es el proveedor económico de este núcleo familiar, si son más de
uno los enfermos o si la atención se lleva de forma particular, pues atender al
Covid-19 de esta manera es sumamente costoso.
Así mismo, cuando se está infectado de Covid-19, el acudir de forma tardía
a hospitalizarse y buscar alternativas de atención como lo son remedios
naturales o convertir el hogar en un mini hospital, son otra manifestación de
temor pues las personas asocian hospitalización con muerte y eso genera un
miedo que retrasa la atención oportuna. El no acudir a tiempo a un hospital incrementa
el riesgo de mortalidad, lo que a su vez refuerza la creencia de que
hospitalizarse por esta enfermedad es sinónimo de sentencia de muerte.
Recuerdo al inicio de la pandemia, el temor que generaba contagiarse de
Covid-19, condicionó que las familias
respetaran las medidas de aislamiento, que se saliera a la calle únicamente para
lo más necesario y con muchas medidas de prevención y protección como usar
guantes, caretas, gorros, goggles, doble o triple cubrebocas, trajes tipo protección
personal, desinfectantes, gel antibacterial y todo lo que sirviera con tal de
estar protegidos.
Eso ha quedado en el pasado, pues en la actualidad, a pesar de los altos
índices de contagio, las personas ya no respetan la sana distancia ni las
medidas de prevención. Se ha caído en un estado de simulación en el cual se
hacen las medidas preventivas únicamente para cumplir con la ley, pero de forma
incorrecta. Prueba de ello son a las aglomeraciones de gente para entrar a
centros comerciales, servicios de salud, transporte público, restaurantes,
lugares de entretenimiento entre otros. Es común ver a muchas personas por la
calle sin cubrebocas o mal puesto, el cual sólo usan para poder acceder a
lugares de uso común o donde se exige su uso.
Todo lo anterior me hace reflexionar: ¿Por qué si tenemos tanto miedo
cuando nos enfermamos de Covid-19, no tenemos miedo de contagiarnos?
Es algo totalmente contradictorio y fuera de lógica, pero está sucediendo.
Les comparto que en la institución de salud pública gubernamental en donde
laboro, se han ideado estrategias preventivas a fin de salvaguardar a los
usuarios, sin embargo, es común ver tumultos de gente en un hacinamiento total,
sin respetar la sana distancia, antes de entrar y al momento de acceder a las
instalaciones.
En más de una ocasión, el personal que coordina este acceso ha sido victima
de groserías en insultos cuando se pide guarden la sana distancia. Las personas
no solamente no siguen las indicaciones, sino que, por el contrario, se
indignan y responden con una violencia verbal innecesaria.
Entiendo y acepto que la necesidad de trabajar y por tal motivo, se tiene
que tomar un transporte público que rebasa la capacidad permitida de pasajeros.
Sin embargo, lo que no comprendo es porque a pesar de este sobre cupo, algunos
pasajeros no usan correctamente el cubrebocas dejando la nariz descubierta e
incluso se lo retiran para ir comiendo algo durante el trayecto.
Comprendo que es necesario acudir a las tiendas de autoservicio para
comprar en víveres, pero ¿por qué ir con
toda la familia, incluidos niños y adultos mayores, incrementando el riesgo de
contagio?
Ahora cuestiono lo siguiente ¿nos hemos puesto a pensar en el personal de
salud?
Al principio de la pandemia, todos los que nos enfrentábamos a esta
enfermedad recibíamos el trato de héroes sin capa, con vítores y aplausos por
la labor realizada. En la actualidad, esto se ha diluido y este trabajo ha
dejado de ser una proeza.
El personal de salud, también somos seres humanos con miedo, temor de
contagiarnos o llevar a nuestras familias o a nuestro hogar la enfermedad, con
un desgaste profesional, con impotencia de ver que no es valorado el esfuerzo
que se realiza día con día de enfrentarnos a esta enfermedad cuando los
ciudadanos no hacen lo que les corresponde, cuando no respetan las medidas
sanitarias, cuando no se cuidan y por el contrario siguen aumentando las filas
para recibir atención, cuando los hospitales ya se encuentran a su máxima
capacidad.
Este desgaste profesional, conocido en el ámbito profesional como Síndrome
de Burnout, se incrementa cuando seguimos con carencias para realizar nuestro ejercicio
profesional, equipos de mala calidad (cuando se tiene la suerte de contar con
ellos), carencia de medicamentos, incremento en el número de horas para
atención de los módulos respiratorios y hospitalarios por falta de personal, el
poco reconocimiento de que se recibe por parte se las autoridades.
El equipo de salud está cansado de luchar una guerra en la cual no se
cuenta con el apoyo y la solidaridad de los ciudadanos y autoridades. Cuando un
compañero desfallece, el otro lo levanta y continúan trabajando hombro con
hombro, pero parece que esta lucha no tiene fin, que el esfuerzo no es valorado
como cuando dejan a un lado las medidas preventivas, cuando fingimos que las
realizamos únicamente con el afán de cubrir un protocolo.
Recordemos las complicaciones y secuelas que esta enfermedad puede ocasionar,
aunque se presente de forma leve: encefalopatía, Guillian Barré, eventos cardiovasculares,
hipertensión arterial, daño renal, hematuria, neumonías, enfermedad pulmonar intersticial
con dependencia de oxígeno u otras neumopatías, problemas o daño hepático,
trombosis venosa profunda, embolismo pulmonar, daño al miocardio, arritmias
cardíacas, elevación de la glucosa, invalidez, entre otros.
A pesar de todo ¿no tienes miedo?
Sirva el presente artículo para recordar que combatir y vencer esta
enfermedad es TAREA DE TODOS. Asumamos este compromiso y demos batalla desde
cada trinchera haciendo lo que nos corresponde.
Dr. Carlos P. Baquedano Villegas
Especialista en Medicina Familiar
Cancún, Quintana Roo, México a 01 de Junio del 2021
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