Hemos cumplido un año desde que inició esta pesadilla pandémica en nuestro México lindo y querido.
Ha sido un período de más de 365 días que parecieran años por todo lo que
ha conllevado la contingencia sanitaria.
En lo personal, considero que ha sido un tiempo de grandes pérdidas,
impotencia, miedo, tristeza, dolor, ansiedad, preocupación, reto profesional.
Grandes amigos y familia de todas las edades se han adelantado en el camino
sin retorno que significa la muerte, y con ello, el duelo que representa su
partida. El escuchar todos los días que alguien cercano a mi ha fallecido no me
permite reponerme de la pena experimentada el día anterior.
Familias que no sólo han sufrido por la muerte de sus seres queridos, sino
que han perdido su trabajo, sus bienes materiales e incluso, la interrupción de
su cohesión familiar.
A lo largo de este tiempo, hemos conocido casos de amigos que después de un
largo o corto proceso de sufrimiento hospitalario, fallecen dejando en
desamparo a su familia, como es el caso de aquellos integrantes de un núcleo
familiar que son los proveedores de su economía, pero también de familias que
se han separado porque las crisis familiares paranormativas han hecho mella en
su relación intrafamiliar.
Así mismo, los casos de ansiedad y depresión se han incrementado, y de la
mano de esto existe un aumento en el número de suicidios.
Pero también hemos observado daños colaterales, como por ejemplo el que han
sufrido los enfermos de enfermedades crónicas avanzadas, todo tipo de cánceres,
personas con capacidades diferentes que necesitan terapias, entre otros casos,
al verse interrumpidas sus atenciones, ya sea porque las instituciones de salud
públicas o privadas cerraron sus puertas ante la pandemia, o porque los
pacientes se quedaron sin recursos para seguir cubriendo los costos del
servicio. Situación más triste fue el hecho de que muchos trabajadores
perdieran sus trabajos y con ello la asistencia médica a la que tienen derecho,
sin que existiera un programa de atención emergente y solidario.
Escuchaba en las noticias del día de hoy que, hasta el momento, en nuestro
país existen más de 200,000 muertos reportados oficialmente, aunque los
expertos estiman que los decesos pueden ser más de 300,000. Sin embargo, no se
contabilizan como efecto de la pandemia a los que han fallecido por culpa del
Covid-19 sin haber padecido esta enfermedad.
¿A qué me refiero con esto?
Me refiero a aquellas personas que han muerto por nada, sí, por nada de
atención, por la interrupción de sus servicios paliativos, curativos o
resolutivos, personas que se complicaron por no haber sido operadas o haberse
realizado un servicio médico de forma oportuna, gente que ahora sufre una
discapacidad porque no fue atendida en tiempo y forma.
Cierto es, que la pandemia nos limitó en el número de personal de salud
necesario para la atención de los enfermos de Covid-19, pero también existió
personal que, en medio de su miedo, se amparó judicialmente para no trabajar
buscando el más mínimo recurso necesario para no hacerlo cuando sí tenían la
capacidad de realizar sus labores, así como también errores administrativos por
parte de las autoridades para el ejercicio
de las finanzas y logística en materia de salud institucional.
Aun año de distancia, hemo aprendido a convivir con esta enfermedad, que
para nada ha sido domada, y el personal de salud ofrece una batalla diaria aun
en condiciones adversas. Poco a poco se han retomado las atenciones médicas
diferentes a Covid-19, pero aún tenemos un rezago importante.
Y lo más grave de esto es darme cuenta que nuestra sociedad no ha aprendido
la lección y continuamos siendo imprudentes en el cuidado de nuestra salud, y
si no me creen, basta con mirar la televisión no oficial y las redes sociales,
en donde podemos observar grandes cantidades de personas sin respetar la sana
distancia apoyando a candidatos políticos que inician su proceso electoral,
largas filas de adultos mayores y de sus acompañantes para poder recibir la
vacuna en contra del Covid-19, playas abarrotadas de gentes, lugares turísticos
cerrados pero con una gran afluencia de personas, centro comerciales con gran
cantidad de personas en su interior, todos ellos sin respetar las medidas
sanitarias indispensables para prevenir los contagios.
Basta con llegar a un establecimiento público o privado y peor aún, a una institución de salud en donde nos recibe un tapete sanitizante más seco que cactus en el desierto, pero eso sí, bien colocado en la entrada con tal de cumplir el protocolo de las autoridades sanitarias.
Hacemos sin hacer,
cumplimos sin cumplir, nos engañamos a nosotros mismos, pues con tal de no
recibir una multa se mantienen estos tapetes, pero olvidando la verdadera
función de los mismos.
Seguimos sin aprender y poco a poco nos vamos acostumbrando al dolor, como
cuando en la institución de salud en donde presto mis servicios profesionales,
la genta no respeta la sana distancia a pesar de todos los señalamientos
escritos y verbales que el personal de salud indica. Cubrebocas mal puestos,
falta de higiene de manos, niños corriendo y agarrando todo en las salas de
espera, adultos mayores de 70, 80 e incluso 90 años que realizan largos tiempos
de espera con tal de recibir atención únicamente para recibir sus medicamentos
sin que en ese momento tengan una agudización de sus síntomas o enfermedades,
una simple consulta de rutina que puede resultar mortal de forma posterior al
contagiarse de Covid-19.
Nos estamos confiando. Estamos cayendo en el error de que porque se ha
recibido la vacuna o se está realizando un proceso se vacunación la enfermedad
va a desparecer pronto y bajamos la guardia en medidas preventivas.
Lamento decirles que las vacunas NO VAN A ERRADICAR esta enfermedad. El
Covid-19 llegó para quedarse por muchos años más, pero las medidas preventivas
no han dejado de ser una de las herramientas más importantes en la disminución
del número de contagios.
Amigos, pacientes, les comparto mi sentir y el que me externa mis
compañeros del área de salud: Ya estamos cansados e incluso, hartos de trabajar
contra esta enfermedad, pero no me mal entiendan, estamos cansado no de cumplir
nuestra obligación profesional, estamos cansados de seguir viendo muertes,
familias interrumpidas, pérdidas materiales, sociales y de nuestra
cotidianidad, cansancio que se convierte en enojo cuando vemos que la gente que
se encuentra a nuestro alrededor no cumple con las medidas, olvidando que la
salud es un compromiso de todos.
No bajes la guardia, puesto que aun puedes formar parte de la estadística
de personas que han perdido la batalla ante esta enfermedad.
Dr. Carlos P. Baquedano Villegas
Especialista en Medicina Familiar
Cancún, Quintana Roo, México a 01 de Abril del 2021
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