Juntos
en la buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, hasta que la
muerte nos separe. Es una de las promesas que las parejas hacen al momento de casarse
o deciden vivir juntos, la cual lleva implícito que a partir de entonces ya no
estarán solos.
Las
parejas recién casadas, en su luna de miel viven una continuidad del noviazgo y conforme pasa el tiempo la relación va
madurando o por el contrario, muchas
veces sin darse cuenta, van cayendo en una comunicación que simplemente es un
intercambio de palabras superfluas que al no tener un diálogo o compenetración,
las diferencias son más difíciles de afrontar.
Una
situación que todos o la mayoría hemos escuchado es que una mujer se queje de que no puede hablar
con su esposo de sus inquietudes, miedos, problemas o situaciones adversas, y
que prefiere platicarlo con amigas o quedarse callada como si no pasara nada y
que la relación continúe como está.
Queda
claro que en una dinámica conyugal así, el dialogo no existe. La comunicación en la
pareja está basada en una charla rutinaria de temas cotidianos que no tienen
nada que ver con la relación de pareja, sino más bien con una lista de
pendientes por resolver referentes a la casa, la escuela de los hijos, la
situación económica, el clima, que efectivamente son temas importantes a tratar
que no pueden pasar desapercibidos, pero que se vuelven prioritarios para la
estabilidad familiar. Entonces los cónyuges, más que vivir su relación de
pareja se convierten en administradores y proveedores de la familia, dejando a
un lado, o peor aún en el olvido, que
antes que ser padres son esposos, personas cuyos sentimientos y deseos deberían
estar antes que sus responsabilidades y
compromisos, que por dedicarse a cumplir éstos, sin querer van creando un
abismo entre ellos porque no se dan cuenta que dejan de conocerse, ya no se interesan
en su cónyuge como persona ni de los cambios que va teniendo o de cómo le
afectan las situaciones que viven día a día. Hasta que pasado el tiempo, al
mirarse frente a frente, se ven como dos perfectos desconocidos que ni siquiera
saben cómo convivir entre ellos.
¿Por
qué sucede esto?
Aunque
no es un tema de consulta médica, en muchas ocasiones es un referente en el interrogatorio a los
pacientes. Y en el párrafo anterior sólo menciono la situación de las mujeres,
sin embargo, también los hombres se quejan que con sus esposas no pueden
hablar. Pero ése no es el objetivo de este artículo. Lo que en esta ocasión
quiero resaltar es que el no saber expresar sentimientos, el machismo, la baja
autoestima, la ignorancia, la escolaridad deficiente, el desempleo, el exceso
de trabajo, las adicciones, entre otros, son factores de riesgo que vienen a
debilitar o fracturar las relaciones de parejas porque impiden un diálogo
fructífero que fortalezca la relación al permitir que los cónyuges tengan una
comunicación más íntima que los lleve a tener un mejor conocimiento de sí mismo
y de su pareja.
De
igual forma, las personas que provienen de familias desintegradas o disfuncionales, tienen un alto riesgo de
trasladar esos problemas de comunicación efectiva a la familia que recién
forman.
El
diálogo es un arte aprendido, un aprendizaje que se puede adquirir a cualquier
edad, sólo basta tener el deseo de hacerlo.
Desde
niños, en nuestros hogares nos enseñan a hablar, pero muy pocas veces nos
enseñan a dialogar y expresar nuestros sentimientos. Por el contrario, en
muchas ocasiones nos reprimen la expresión de sentimientos como cuando al niño
le dicen: No llores, sólo las niñas lloran. Aguántate como los machos. Guarda
tus lágrimas para cuando me muera.
Expresiones
que poco a poco van escondiendo en el interior del individuo los sentimientos
que tiene, pero que no sabe expresar.
Cuando
existen conflictos de pareja, las mujeres dicen: Mi esposo es frío, pero en el
fondo me quiere. Situación cierta, porque para la mayoría de los varones resulta
muy difícil expresar sus sentimientos, más aún a su propia pareja.
También
he escuchado decir: No es necesario que le diga que la quiero, ella lo sabe, si
no fuera así, no seguiría con ella. El hombre comete el error de dar por hecho
que el resto de la familia (llámese esposa o hijos) saben que los ama y que están
por demás las palabras y las acciones que lo demuestren. Que el hecho de que no
falte sustento es la mejor prueba de amor hacia su familia.
Otra
circunstancia que se vive en algunas parejas es que los hijos adolescentes o jóvenes se vuelven
confidentes de la mamá, de tal manera que suplen con ellos la falta de diálogo
con el esposo. Pero cuando los hijos tienen que abandonar el hogar como parte de su ciclo de
vida, la mujer queda nuevamente sola con un hombre con quien no está
acostumbrada a dialogar y expresar lo que
le sucede. Están juntos, bajo un mismo techo, pero sin una verdadera relación
de pareja ni apoyo mutuo o interés por lo que le sucede al otro. Como cuando
adultos mayores acuden a consulta solos.
En
toda relación de pareja, sin importar edades o tiempo juntos, el diálogo debe
ser su estilo de vida, indispensable para madurar en la relación y mantener una
comunicación efectiva que lleve a la unidad y pertenencia de los cónyuges.
En ocasiones, el no mirar fijamente a la persona
con quien se habla, el estar haciendo otras actividades mientras decimos que la
estamos escuchando, o interrumpirla cuando aún está hablando, son actitudes
negativas que pueden hacer pensar que no es importante lo que el otro expresa.
Por eso, es imprescindible que en el diálogo se otorgue tiempo para escuchar
con paciencia y atención, además de
disponer todos nuestros sentidos para recibir el mensaje que mi pareja quiere
comunicarme, esto es hacer un silencio interior para ser receptivo a lo que el
otro necesita decir. Y con esta actitud demostramos que valoramos su persona.
Es a
través del diálogo basado en sentimientos, que las parejas pueden superar las
crisis que inevitablemente se presentan en las diferentes etapas de la vida
conyugal y familiar. El poder mostrar nuestro yo interior, cómo soy en
realidad, no nos vuelve vulnerables ante
la pareja, por el contrario, fortalece nuestra unión al conocernos más e
incrementa el amor que fue el motivo principal por el que decidimos unirnos.
Cuando
se vuelve un hábito en nuestra dinámica marital darle la importancia que merece nuestro cónyuge y
mantenemos una actitud dialogante que fortalece la relación, nos hace experimentar pertenecido, amado,
protegido, escuchado.
La
relación de pareja, va a ser duradera cuando se logra una comunicación efectiva
a través de un dialogo basado en sentimientos.
Dr.
Carlos Primitivo Baquedano Villegas
Lic.
Adriana Guadalupe Domínguez Vázquez
Cancún,
Quintana Roo, México. Noviembre del 2016
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