Muchas veces he escuchado la
frase ¡Mañana lo hago! y de ahí viene una pregunta obligada ¿Tienes seguro el
mañana? ¡Por supuesto que no! Cierto es que lo único que tenemos seguro al
momento de nacer es la muerte, pero nadie sabe el día ni la hora.
Me platicaba una paciente de la séptima década de vida, que
se sentía muy triste porque la conducta de sus hijos era diferente a lo que
ella esperaba. Le pregunté ¿Quién los educó cuando eran niños? ¿Quién curó sus
heridas? Me respondió que ella sola, pues su esposo los abandonó a pesar de la
temprana edad de sus hijos, por lo que ella se encargó de darles sostén,
comida, vestido y educación, de una forma precaria pero suficiente. Ante su respuesta,
le cuestioné que si crio a sus niños con
tal esmero, por qué sufre ahora por sus conductas de adulto. Siendo ella mamá y
papá a la vez, tuvo la responsabilidad de darles las herramientas necesarias
para construir su futuro. Sin embargo, cada quién utilizará esas enseñanzas de
acuerdo a su condición de vida y a su criterio. Por ejemplo, un martillo fue
diseñado para clavar clavos, aunque también puede ser utilizado para aplanar un
objeto metálico o romper una pared. Lo cierto
es que si no se utiliza como es debido puede causar el aplastarte un dedo durante su
uso y seguro que el dolor que cause la
herida logrará que se actúe con más
cautela cuando se utilice de nuevo esta herramienta. Con esta analogía quise decirle que lo mismo
sucede con los hijos y que no valía la pena que
sufra por lo que hacen sus hijos de adultos; más bien, piense que no hay un mañana seguro y
dígales cuánto lo ama, cuánto disfrutó verles crecer y por qué no, dígales
también que su conducta le hace sufrir si es que usted no está de acuerdo con
su proceder.
De nada sirve demostrar con
lágrimas sobre un ataúd el amor que se siente por la persona que ha fallecido,
como diría mi difunto padre: En vida hermano, en vida.
Sucede en ocasiones, que por
las mañanas, ante las prisas de la rutina diaria, existen fricciones y
desavenencias que condicionan salir enojados de nuestro hogar. Esto no debe ser
así, pues no se sabe si al salir por la mañana de casa, se pueda regresar. La
muerte acecha en cualquier momento ¿Te imaginas que triste
debe ser que el último recuerdo que tengas de un ser amado sea un disgusto o un
discusión?
Platicaba con un paciente que
tuvo la confianza de contarme que se sentía triste pues no encontraba sentido a
su vida. Se casó muy joven y seguía casado con la misma mujer. Su relación era
poco afectiva y sus diálogos diarios eran sobre los pendientes de la casa, los
apuros económicos y los hijos. Después de esto, él se sentaba a ver televisión
solo, mientras su esposa se dedicaba a
terminar las labores domésticas y luego a platicar con su mamá ya que vivían en
casa de sus suegros. Esta rutina era algo de casi todos los días.
Al contarme esto y percibir en
él tristeza y hastío, le respondí si alguna vez le había expresado a sus esposa
cómo se sentía y mejor aún, si alguna vez le había preguntado a su esposa cómo
ella se sentía. El convivir juntos sin dialogar en sentimientos, pensando que
el otro sabe cuánto lo quiero por lo que no es necesario decirlo con palabras,
es una situación común de las parejas. El error está en dar por hecho lo que el
otro siente. Aquí ajusta muy bien la expresión común y errónea de: Ella (él)
sabe que la(o) quiero así que no es necesario que se lo diga.
Lo mismo sucede con los hijos,
la vida corre tan aprisa y estamos encismados en el diario quehacer que no nos
damos cuenta lo rápido que crecen y cuando queremos acercarnos a platicar con
ellos o disfrutar de su compañía, ya es demasiado tarde. Ellos rechazan a los
adultos o simple y sencillamente ya no tienen tiempo para interactuar con sus
padres.
Es durante la niñez cuando los
hijos aprenden a dialogar y a tener confianza en sus padres. Ya de adolescentes
o adultos jóvenes, es más difícil el acercamiento con los adultos de su
familia.
¿En alguna ocasión alguien te
ha reconocido por un servicio de ti recibido? Probablemente sí, pero te puedo asegurar que te sobran dedos de
las manos comparado con el número de ocasiones. Ahora te pregunto ¿Alguna vez
le has reconocido a alguien de una forma espontánea tu agradecimiento o
admiración por el servicio recibido? Es más factible que te hayas quejado por
no estar conforme. Esta conducta no ayuda a reconocer el esfuerzo de los demás.
No esperes hasta mañana.
Con todo lo anterior te quiero
decir que no esperes para mañana para expresar amor, perdón, reconocimiento,
alegría, orgullo, pues el día de mañana no es seguro pero el hoy sí.
Feliz inicio de año, mis
mejores deseos para ti y tu familia.
Dr. Carlos P. Baquedano
Villegas
Especialista en Medicina
Familiar
Cancún, Q. Roo, México. Enero
del 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario